Después de haber pasado una semana agobiante, improductiva y obscura, llena de sueños premonitorios- nunca antes notados- e ironías que me hicieron pensar seriamente en ser mercenaria, concluyo con quince minutos de una charla "con yo".
Esta tarde- a eso de las 20:15 horas- luego de haber estado en la popularmente computeca, con el fin de hacer algo productivo por mi vida universitaria [en ese sitio no logro ser fructífera], me acercó donde el tipo encargado de los equipos, con la intención de retirarme de aquel lugar claustrofóbico. Pido mi correspondiente carnet de identificación universitaria, sorprendida de que no me hayan llamado
Mafalda,
Julieta,
Lucy, o cualquier personaje animado; me retiro junto a mi compañera [omitiré nombre].
Caminamos en un tipo silencio... más que silencio diría astenia, agotamiento de viernes lluvioso. Intento cortar el momento, pero ella se ve cansada, harta de las palabras, así que prefiero callar. Nos detenemos en una pseudo esquina sin calle y cada una sigue su rumbo [hasta el próximo encuentro que será -seguramente- por motivos académicos].
Voy rumbo a mi hogar, pero aún en territorios
ufronianos. En mi recorrido veo a cuatro guardias que se mantienen de pie, y me pregunto a mí misma - empenzando así la charla- ¿Qué hacen ahí si no hay nadie?.
Sigo caminando, ya acostumbrada a hacerlo sin música como hace unas semanas atrás; la extraña patología en mi oído me ha obligado a dejar uno de mis placeres de lado.
Sacó de uno de mis bolsillos las pocas monedas de diez que me quedan, con la intención de comprarme alguna golosina que disfrutaré en el trayecto universidad-casa.
Prosigo vagando, mientras me comienzo a percatar aquello de los sueños premonitorios; jamás había notado que tenía aquello... sólo lo dejo en "aquello" por que no sé si es un don o una maldición.
Esta semana que ya acababa, comprobé que este último tiempo he tenido varios de esos sueños, inclusive ya tenía claro que la semana iba a ser opaca, desde el sábado.
Luego de reflexionar, llego al negocio en donde reviso mi fuente monetaria, la que no me permite comprarme galletas, así que comienzo a buscar algo que me
golosine. Pastillas, chicle, obleas... nada me convence. Cuando toca el turno que me atiendan , pido una oblea chocolatada que visualizo a la distancia, pero mientras la mujer va en la búsqueda, me percato de unos pequeños chocolates - que a pesar de ser lo menos sano posible- no puedo evitar por nada comerlos.
- No... mejor chocolates.
La vendedora pacientemente acepta mi pedido, que además iba con requisito.
- ... Los con rayas arriba, ojalá.
Posterior a la compra, sigo mi ruta. Esta vez empecé a comparar el sabor de los chocolates con rayas horizontales/verticales [depende de la perspectiva de vista] y los con rayas diagonales. De repente se me salió "son mejores los con rayas horizontales" en voz alta, recibiendo una mirada de una persona que pasaba justo a mi lado. Todos esto hasta que se me acaban y amuño el papel que mantengo en mi mano hasta que encuentre un basurero donde botarlo.
En ese momento empiezo a cranear si subiré al blog, el escrito que se mantiene en mi memoria. Encuentro mejor, esta vez, pasar.
La distancia ya se va acortando; al llegar a una esquina lejana a mi hogar, me detengo con intención de cruzar la calle - como si me fuera imposible hacerlo más adelante- y deambular por aquella división/plaza que se encuentra en la avenida. Pasa una micro y cruzo rápidamente evitando que un automóvil me atropelle. De repente me veo nuevamente en el obstáculo vehícular y me digo a mí misma "odio la dependencia material". Eso se me vino a la mente por una conversación que tuve una vez con mi madre, donde yo le decía que prefería mil veces caminar, que andar en micro, auto, bicicleta o cualquier medio de transporte, ya que aquello te obligaba a estar pendiente de algo, en cambio, si caminas, sólo eres responsable de lo que llevas contigo.
Al acercarme a mi aposento familiar, puedo notar que está repleto de autos; dos hileras que abarcan la pequeña avenida, esto por motivo de una espectáculo a realizarse en el teatro.
Atravieso la última calle antes de llegar, y así se va finalizando el recorrido.
Traspaso la reja, me advierto de que hay gente en mi morada, tocó el timbre- ya que me da pereza sacar la llave- y me abre el acceso mi hermana, la cual me saluda y yo le respondo. Tomó la perilla de la puerta y cerrándola, finalizo los quince minutos conmigo misma.
Constanza A. Bunbury.